
La reciente detención del vicepresidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Edgar Zambrano, por parte de agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) da muestra del régimen represivo en el que se ha convertido el Gobierno de Nicolás Maduro. La falta de sentido crítico y sensatez por parte del partido chavista, las numerosas torpezas en la estrategia opositora y la peligrosa beligerancia con la que Estados Unidos está gestionando la crisis está empujando a Venezuela hacia un abismo donde los fantasmas de guerras pasadas se dan encuentro. En efecto, el país latinoamericano está a un paso de entrar en estado psicótico, donde unos y otros corren el riesgo de apoyar al bando incorrecto.
La victoria de Hugo Chávez en 1998 inauguró una nueva ola progresista en todo el continente y provocó el comienzo de una nueva forma de hacer política: el populismo, donde el bienestar de las clases populares estaba por encima de los intereses empresariales y oligárquicos. Lejos ya de aquellos años de bonanza económica, la llegada de Maduro coincidió con una crisis económica mundial donde incluso el privilegio de ostentar el primer puesto en reservas petroleras ha resultado de poca utilidad. Además, el presidente venezolano explora en su propia ineptitud y a cada día que pasa, la salud democrática venezolana se deteriora gravemente. Maduro está atrapado en su propio caudillismo y actuar como un inconsciente, dando un paso en falso, provocaría un golpe militar desde dentro de su propio ejército.
La oposición venezolana tampoco ha maniobrado a la altura de los tiempos. Desde hace años ha perdido unidad, y la falta de caras reconocibles y una previsible derrota electoral provocó que los partidos antichavistas no decidiesen no acudir a las urnas en las presidenciales de mayo de 2018. Este episodio abrió la posibilidad de tomar el poder por otras vías, y el golpe militar, como así ha ocurrido, fue el camino elegido. Mismamente, el contexto internacional también ha facilitado este intento de levantamiento cívico. La América de Lula, Bachelet y Kirchner poco se parece a la actual de Trump, Bolsonaro, Duque, Macri y Piñera. Más que un golpe de Estado real, el alzamiento del líder opositor Juan Guaidó ha resultado una acción efectista cuyo único objetivo real ha sido acaparar la máxima atención mediática posible. España deberá ser cuidadosa en este asunto, sus estrechos lazos con Venezuela la colocan como un actor clave en las negociaciones.
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